¿En qué sí creo esta Navidad?

Para gusto de algunos y disgusto de muchos, ya no creo en lo que creí tantos años atras. Y sin despreciar mis cristianos orígenes, hoy me queda claro que ni la Virgen María fue virgen, ni que San José nada tuvo que ver en el famoso asunto; y por tanto que Jesús tampoco es el hijo de Dios que me contaron. Pero eso no le resta atractivo a su vida, ni a las celebraciones decembrinas, porque entre tantas andanzas, leyendas y datos históricos, queda mucho de humanidad en todo lo que celebramos, lo cual ni le resta magia a estas fechas, y sí le agrega esperanza y asombro.

Y si bien, así como García Marquez escribió en el 80 -“La Navidad es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables…. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones”-, también es para  aquellos que sí nos queremos (que somos los más), el momento de visibilizar, reconocer, agradecer y fortalecer los vínculos que entre nosotros hemos tejido. Y no solo por regodearnos de que nos tenemos y nos disfrutamos sino porque es justo en nuestro intercambio solidario y amoroso que se refuerza mi fe en nuestra humanidad.

Y es que como quiera “los dioses” pueden hacer y deshacer y más o menos les funcionan las cosas (insisto, más o menos) pero a nosotros los humanos, con nuestra vulnerabilidad y nuestros temores, nos implica tanto y tanto  desprendernos de nuestros temores, posponer nuestras gratificaciones, hacer a un lado rencillas y soltar privilegios, poniéndonos junto con los demás en un lugar de igualdad y respeto mutuo. Porque sí,  los humanos así como nos diferenciamos de los demás animales por nuestra mayor capacidad de altruismo, también nos distinguimos de ellos  por una infinita capacidad de crueldad.

Y aquí es justo donde aparece el milagro que puede darse todos los días y no solo con motivo de la Navidad, en esa capacidad de enfrentar el dolor de los males que nos afligen con acciones singulares, en beneficio de los otros, en contra de nuestro egoismo y a favor de nuestra humanidad.

Te invito a creer por eso en ese Jesús insobornablemente libre: insobornable frente al dinero, frente a la ambición, frente al poder, frente a los poderosos, incluso frente a los lazos familiares exclusivistas y excluyentes, porque Dios –como sea que sea esa fuerza que nos abarca-  no es todo poderoso, y por eso ni esta Navidad ni nunca podemos esperar soluciones mágicas provenientes del “más allá”.  Cuando Dios trabaja, junto con Jesús, los humanos sudamos, y logramos que nuestro mundo vaya conquistando su mejor estar.

 

¡Feliz Navidad!

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