Es que –a mi rupestre entender- ¡las cosas se hacen con miedo! Y tan, tan.
Escrito por Tere Díaz
Tiempo de lectura: 4 minutos
Es sugestiva la canción de Rosana que afirma, a manera de decreto, justo lo contrario:
“Sin miedo, lo malo se nos va volviendo bueno/Las calles se confunden con el cielo/Y nos hacemos aves, sobrevolando el suelo…/Sin miedo, no hay sueños imposibles ni tan lejos/Sin miedo a la locura, sin miedo a sonreír…/Sin miedo sientes que la suerte está contigo…”
Y se arranca la cantautora en una euforia que no hay quien la pare, y yo ya hipnotizada con la pegajosa tonadita la canto gustosa, y hasta la bailo con cierto “ritmillo”, pero no me la creo.
A mí el miedo me da miedo, me pone de sentón y agudiza mis sentidos; tampoco es que lo consienta en extremo, nunca permito que me paralice, pero confieso que de vez en vez sí abraza con fuerza todo mi ser…
Hace un par de días preguntaba a mis hijos cuál consideraban en mí una gran virtud y me dijeron: “eres valiente”.
Yo quiero siempre que me digan que soy amorosa y servicial, pero se ve que eso lo disimulo bastante bien; y es que lo de la valentía viene tan pegado a mí como el miedo que me ha acompañado toda la vida, del cual he hecho un impulsor de mis actos, un detector de mis riesgos, un entrenador de mi voluntad y al final un ambivalente compañero.
Rosy, mujer profesionista de 42 años y consultante asidua a mis servicios psicoterapéuticos, insiste que hablará con su mamá de ciertos límites que quiere pedirle, pero hasta que se sienta menos temerosa.
Juan José, vecino querido y permanentemente quejumbroso de una relación de pareja que ya dio de sí, insiste que planteará el problema a Fátima cuando domine su pánico a la separación, y Samuel, mi colaborador de 26 años, me platica a diario que está por “llegarle” a Laura, pero necesita sentirse más calmado para no regarla.
Y como ellos, miles…
Y no es que esté a favor de hacer sonseras y andar en la vida a trompicones actuando bajo impulsos temerarios para deshacernos del malestar que produce el miedo, pero si estamos esperando que se nos quite para decidirnos actuar: la mamá de Rosabel se morirá y ella no conquistará su anhelada autonomía, Fátima se volverá a embarazar y así se congelará 5 años más la ruptura que Juan José necesita, Laura se casará con su compañero de pupitre de la universidad y Samuel seguirá planeando cómo llegarle… y a todos los demás se nos irá la vida sentados esperando a que se nos calme el corazón agitado
Al miedo se le entiende algo, se le consiente sólo lo necesario y se le atraviesa casi siempre: es decir, no se le vence, ni se le apaga, ni se le deja “afuerita de la casa”, se le toma de la mano, se actúa con él a cuestas y, de ese modo, se le pone finalmente en su justo lugar.
Yo me la paso haciendo malabares para capotearlo y, aún con él, disfruto la vida inmensamente y acometo tareas diversas que me llevan a conquistas afortunadas
¡Pues es que qué decir de una emoción tan primaria que nos ha permitido sobrevivir como especie!
La vida es un gran desafío: tiene riesgos, oculta respuestas, entreteje obstáculos y nos sorprende con lo inesperado. Cometemos errores y los seguiremos cometiendo también. Quizás disminuyendo el terror a equivocarnos le perderemos algo de miedo al miedo. Por eso yo como Samuel Beckett sugiero “prueba otra vez, fracasa de nuevo, pero fracasa mejor”, con todo y un poquito de miedo al ladito de tu caminar.
(Libro para el tema: David D. Burns. Adiós, ansiedad. Cómo superarla timidez, los miedos, las fobias y las situaciones de pánico)
4 claves para lograr asertividad y armonía en tu vida