El abuso del poder, el hogar y la escuela

¿Te has sentido alguna vez excluido o discriminado? ¿Por qué será que hay quienes son abusivos y agresivos con algunas personas pero con otras no? ¿Todos podemos abusar de nuestra posición de poder o sólo lo hace la gente “mala”?

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 7 minutos

Todas éstas preguntas resultan ser un buen comienzo para abordar el tema del abuso, sobre todo en una época y sociedad en las que, al mismo tiempo que se lucha por la equidad, se tienen cifras alarmantes de discriminación, violencia y abuso de poder. ¿Te las habías hecho antes?

El abuso del poder no sólo se manifiesta con actos delictivos. Existen pequeñas acciones cotidianas que denotan abuso de poder: burlas, comentarios discriminatorios, exclusión, humillación, etc. Pero ¿qué es el poder?

El poder no es algo que se adquiere o posee, por eso no es posible guardarlo o dejarlo escapar. Por lo contrario, es una relación: una relación entre personas y entre instituciones, donde hay alguien que ejerce el poder y otro que se somete a él. Este sometimiento puede ser a partir de un acuerdo mutuo (como las relaciones Estado-ciudadano) o mediante la fuerza.

Y es evidente que este poder genera privilegios. Un privilegio es una especie de ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior. Esto es, cuando decimos que alguien posee privilegios, estamos asegurando que tal individuo tiene cierta ventaja sobre otros al habérsele “liberado” de realizar alguna obligación.

Los privilegios, en gran cantidad de ocasiones, son la antesala a la discriminación y el abuso de poder. Quizá el mejor método para enfrentarlo es la educación, tanto en casa como en las instituciones académicas.

La familia y la escuela son los dos grandes responsables de formar ciudadanos que comprendan que ante todo somos seres humanos, seres vivos, que merecen una vida digna y con igualdad de derechos, libre de violencia y abuso.

Es importante identificar, nombrar, hacer visibles y denunciar los abusos. Hacer esto significa posicionarlos como un problema grave que afecta a quien los recibe (víctima), a quien los ejecuta (agresor) y a quien los presencia (testigo):

  • ¿Alguna vez alguien con más fuerza o poder te ha atacado u ofendido?, ¿qué circunstancia le dio la idea de que podía hacerlo?
  • ¿Alguna vez te burlaste de alguien por su forma de vestir o por su posición económica?, ¿qué te llevo a comportarte así?
  • ¿Alguna vez observaste que alguien lastimara a otra persona sólo por diversión, sólo “porque podía”?, ¿interviniste?

Las cifras de violencia en México obligan a sumar esfuerzos y estrategias para erradicar este problema. Comenzar desde el hogar y la escuela es indispensable para lograr una disminución de las conductas violentas existentes en la sociedad, desde este país hasta todo el mundo.

Si somos capaces de llevar a las aulas nuevas perspectivas de inclusión, ayudando a que los y las jóvenes interioricen la importancia de formar sociedades justas, incluyentes, compasivas y no violentas, estaremos renovando el papel que la escuela tiene en la educación de los y las niñas, más allá de conceptos teóricos y  de exámenes.

Si somos capaces de crear conciencia en los padres y las madres de familia sobre la necesidad de enfrentar la crisis de valores mundial, educando desde los primeros años a tratar a los demás como iguales, estaremos reforzando el compromiso que la familia tiene como primer educador.

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