¿Existen rasgos de carácter que vean más “moros con trinchetes”? ¿Cómo son las personas con estructuras de personalidad que predispongan a una susceptibilidad exagerada, a los acontecimientos externos, muchas veces azarosos o al menos no mal intencionados? Hablemos de las Personalidades resentidas.
Escrito por: Tere Díaz
Tiempo de lectura: 5 minutos
Si bien tenemos una predisposición genética a ser más o menos emocionales,
mucho de lo que hacemos en el terreno de nuestra afectividad está moldeado por la cultura: si hemos aprendido de nuestro contexto social, de nuestros padres, de la educación que hemos recibido, una visión del mundo y de las persona que incluye ciertas actitudes, formas de pensar, formas de reaccionar y sentir, tenderemos a reproducirlas.
Pues bien, te comparto algunos rasgos de carácter que caracterizan a las personas que se resienten con mayor facilidad:
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Tendencia a la negatividad:
genéticamente hay quienes tienden a ver “el vaso medio vacío” en vez de “medio lleno”, lo cual predispone a percibir la realidad de forma más lastimosa o desventajosa.
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Temperamento ansioso:
las personas particularmente ansiosas con frecuencia cargan la sensación de haber sido poco cuidadas o incluso abandonadas en la infancia. Al no desarrollar un sentimiento de confianza básica, con frecuencia se sienten inseguras, blanco de burlas y en desventaja con los demás.
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Pensamiento rumiante:
tendencia a dar vueltas en la cabeza, una y otra vez, a los acontecimiento vividos. Esta rumiación da origen a interpretaciones viciadas que conectan poco con la realidad.
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Personalidad suspicaz:
personas que se mantienen en alerta constante sin perder los menores detalles de la conducta de los demás. Esta personalidad es propensa a desconfiar o a ver “mala intención” en las acciones o palabras ajenas.
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Tendencia a la tristeza crónica:
estados de ánimos más bien melancólicos, depresivos.
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Actitud victimista:
culpa al entorno de las desventuras personales sin asumir responsabilidad de lo que la propia persona podría hacer ante la situación que está viviendo o el sentimiento que se está experimentando.
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Miedo al fracaso y a cometer errores:
un temor agudo a ser juzgado que lleva a la parálisis y a la inacción.
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Actitud moralista:
“clarísima consciencia” de lo que está “bien” y lo que está “mal”, por lo que hacen con facilidad juicios de valor en relación al actuar ajeno.
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Pensamientos idealistas:
creencias irreales sobre la posibilidad de que la vida sea totalmente justa y congruente.
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Tendencia a la comparación y a la competencia:
personas que se miden constantemente con lo que los otros son, saben, tienen o hacen y ellos no.
El resentimiento se consuma ante la incapacidad de visibilizar, nombrar, denunciar y de algún modo recibir reparación del agravio vivido; en ocasiones, la persona víctima de la injusticia ni si quiera llega a percibir el alcance de lo que ocurrió y por tanto no puede ni distinguir el malestar tardío que está experimentando. Dichas vivencias dejan huellas más o menos traumáticas, que arrastradas sin procesarlas a lo largo del tiempo, dan origen a un resentimiento sostenido.
No hay duda que hay agresiones, omisiones e injusticias profundamente lastimosas, o incluso vejaciones que implican francos abusos que ponen en riesgo la integridad física y emocional de quien los recibe: maltrato físico, bullying, violaciones, despojos, experiencias de guerra, entre otras. Aún así, el efecto de las mismas varían dependiendo de la cualidad de la acción, la duración sostenida de la misma, el apoyo del contexto, y la personalidad de quien la recibe.
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