De chile, de mole,  de  dulce y de manteca…

Se dicen tantas cosas de la sexualidad. Hablemos de las diversidades sexuales.

A mí me gusta comer, variado y mucho, además seguidito, ya sea en mi casa, en la calle, incluso cuando voy a casa de mi tía Lencha.

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 4 minutos

Lo disfruto, lo procuro y lo comparto.

Y si estoy satisfecha y no voy a pedir nada más, me gusta que me cuenten de qué va un platillo, me narren cómo se prepara y me inviten a comerlo en la próxima ocasión. Si  bien algunas personas me ven curiosito (sobre todo por aquel horrendo prejuicio machista de que para ser mujer me cabe un poquito de más), generalmente envidian el disfrute que en ello pongo.

Yo me desconcierto un poco con aquellos a los que les gusta siempre lo mismo, a la misma hora, con el mismo plato, en el mismo lugar y con la misma gente… pero mientras disfruten también (y no sea causado por una neurosis empedernida) bienvenidos los gustos y placeres de cada quien.

¿Pero qué tal a la hora del sexo, del amor y del erotismo?

La cosa cambia: la cuestión de la variedad de encuentros, gustos, estímulos y deseos se vuelven “perversiones”, sino es que algunas transgresiones se catalogan como francas desviaciones y patologías. ¡Ah, cuánta moralidad en un espacio que puede ser tan tan gozoso, lúdico, diverso y vinculante! Yo no soy quién para entrar en detalles de preferencias y orientaciones, pero de que la sexualidad hegemónica se toma como referente absoluto, qué ni qué.

Y así, vivimos en un mundo heterocéntrico, falocéntrico, heteronormativo y binomial (palabrillas domingueras que hay que incorporar): y todo lo que no es claramente hombre o mujer estrictamente distinguido, se borra; si el poder y la autoridad no se centra en el “macho”, se desprecia; si lo que se practica no va acorde a la “naturaleza” reproductiva, se juzga.

Y en tanto que la heterosexualidad se toma como “lo normal”, la gente –en la familia, en la escuela,

en el trabajo y en los bailongos- va suponiendo (y suplicando) que quien se nos ponga enfrente, mientras no exprese explícitamente lo contrario, será heterosexual.

No olvido la metida de pata de mi papá la semana pasada en la fiesta de 40 de mi primo Carlos. Al ver a un bebé hermoso arrullado en brazos de su padre, le dice: “qué lindo chiquito, ¿pero dónde está su mamá?”. A lo que el orgulloso padre contesta: “señor, Juan es mi pareja, somos dos papás”.

Y mi papá con cara de “what” se dio la media vuelta y no dijo más (afortunadamente a sus 84 ha adquirido cierta prudencia).

Pero como él, ¡centenas! Y cuando te sales del “cuadrito” ¿cómo se te trata, cómo se te habla, cómo se te evalúa?

¿Desde dónde es que nadie piensa que la heterosexualidad sea “anómala”? ¿Por qué asumir que quien disfruta, elije y explora otros caminos tiene que tener alguna tuerca mal?

Si las multitudes mexicanas disfrutan a discreción los tamales de chile, de mole, de dulce, de elote, de raja, con o sin ajonjolí, ¿no podemos soltar la necesidad de prohibir o juzgar la existencia de diferencias en la cama y en el corazón?

Y es que aún hoy cargando esta “lápida” circulan miles de congéneres que no se ubican en la norma y sobrevienen a tanta carga poniendo resistencia o actuando con resignación.

A mí que no me digan que “la naturaleza dice” o que “la esencia clama”.

Querer explicar el “para qué” de todo es una manía sencilla para desacreditar conductas válidas: no todo tiene un para qué. Muchas cosas de lo humano son producto de la evolución –como el apéndice y el himen que hoy de poco sirven-.

Lo que sirve, se usa, lo que no sirve y no molesta ahí está, y lo que no sirve y estorba, con permiso… Y como la sexualidad y los amores son también producto de lo social, son tanto más flexibles que lo que los sistemas de “salud” prescriben (me atrevo a afirmar que si le buscamos “chichis a las hormigas” bien poquitos de nosotros seríamos sanos sanos).

Y bien sabemos que lo que platicamos que hacemos en la cama es mucho menos de lo que realmente practicamos en ella.

La sexualidad no es fija,  la construimos durante toda la vida y así podemos movernos –más menos-  en un continuo entre homos, heteros, bis y j, y z demás. Así que de  adaptarme y resignarme a las circunstancias que imponen un discurso heterosexual hegemónico, yo prefiero cambiarlas y transitar por mi versátil barrio integrando, disfrutando y atestiguando la diversidad.

 

 

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