Poseer, querer cambiar al otro, complacer… eso no es amor. Aquí hablemos de lo que sí es el amor.
Escrito por: Tere Díaz
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Y una cosa puedo jurar:
Yo, que me enamoré de tus alas, jamás te las voy a querer cortar….
Frida Kahlo
¿Cómo no decir algo del amor hoy 14 de Febrero? Al amor casi lo deseamos a diario, lo necesitamos siempre, lo añoramos a veces, le tememos en ocasiones, y nos mueve en el día a día para caminar. El amor nos alimenta, nos impulsa, muy particularmente el amor de pareja – que hoy se hace tan perseguido y tan difícil de encontrar – pero cualquier tipo de amor, – de pareja, de amistad, familiar – es muy preciado.
Del amor nos hablan a dario los libros, las canciones, las películas, los poemas; también el propio corazón y las vivencias acumuladas. Pero en ese deseo férreo de encontrarlo, de tenerlo y conservarlo, idealizamos su presencia eterna y olvidamos lo que le hace –entre otras cosas- deteriorarse y morir.
Y es que el deseo de no perder por ningún motivo a quien amamos puede llevarnos a conductas que generan “hijos perversos” de ese mismo amor. Y al decir “hijos perversos” me refiero a esos comportamientos extraños, insidiosos, perturbadores, que desvían el sentido de acompañamiento, del juego, del intercambio, y del disfrute que produce una buena relación que solo se dan en la libertad y en la igualdad.
Los 4 “hijos perversos” del amor:
1) Querer cambiar al otro:
Las personas cambiamos cuando queremos y más frecuentemente cuando necesitamos. No te des a la tarea de transformar los aspectos negativos de tu pareja, no mal gastes tu tiempo y tu energía en que el otro sea como tú lo quieres amoldar. El cambio y el crecimiento se puede dar pero no a partir de la insistencia, la súplica o la amenaza.
2) Querer celar al otro:
Algunas personas confunden el amor con los celos. Y sí, los celos se dan en el territorio del amor pero no son derivados del amor. El celoso elige poseer antes que amar; la posesión nos sitúa en un mundo en el que una persona es un objeto para el uso de otra, lo que le impide tener al otro la autonomía que cualquier ser humano requiere.
3) Querer complacer al otro:
La expectativa de recibir una aceptación incondicional de nuestra pareja es válida y puede llegar a ser restauradora de heridas de infancia si la manejamos bien. Pero si nuestra necesidad de no ser rechazados es exagerada, tocaremos el extremo de minimizar o negar nuestras necesidades y de violentar nuestros límites por complacer a nuestra pareja y con ello obtener su aceptación total.
El amor ha de asumir que la pareja no nos dará todo y que nosotros tampoco podremos colmarlo a ella; por eso se dice que el amor adulto ha de dejarnos un poco insatisfechos.
4) Quererse decir todo y saber todo del otro:
Las mentiras deterioran la confianza, dañan al amor y con frecuencia son antesala de las traiciones. Si son constantes, manipuladoras, agresivas, son símbolo de abuso, y de inmadurez. Sin embargo, no se puede andar por la vida diciendo todo lo que nos viene en mente y preguntando todo lo que nos genera ansiedad.
Hay que ser sincero pero sensato: tenemos una vida íntima que muchas veces es incomunicable, y hemos de aprender a lidiar con nuestras propias contradicciones e incongruencias, en aras de un crecimiento propio, y de un cuidado a nuestro amor. Y es que el amor solo puede vivir en cierta reserva. La confesión compulsiva se da solo en los juzgados y en el confesionario, jamás es un remedio para la soledad.
Así que este 14 de febrero cuestiónate: ¿Tú cuáles de estos “hijos perversos” estás criando en tu relación?
Amor Romántico, la trampa patriarcal
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